TEATRO QUIMERA

OBRA: La Muerte y la Doncella

DIRECCION: Catalina Beltrán – Diego Zamora

COMPAÑÍA:

Hacemos Teatro para la gente. Este ha sido un largo trasegar.  Y sentimos que nos hemos instalado en el teatro porque queremos construir una imaginación humana, solidaria y abierta. El escenario es precisamente ese espacio vacío, en el que podemos trazar otros mundos posibles a partir de nuestro aquí y ahora.

Somos herederos del teatro que se realizó en nuestro país en los años setenta, aunque hubiéramos iniciado nuestra profesión en la siguiente década, en los ochenta., para ser mas precisos un quince de enero de 1985. Herederos de un teatro que luchaba a brazo partido por tener una sede ya fuera propia o alquilada, por desarrollar una dramaturgia nacional, y por ir creando una conciencia de nuestra circunstancia como Colombianos y Latinoamericanos. En la actualidad allí funciona el grupo Teatro Quimera con programación permanente durante todo el año (Marzo – Diciembre) y con una variada programación  que incluye la presentación de grupos escénicos invitados a los diversos festivales.

Hoy la Fundación Teatro Quimera cuenta con varios núcleos de trabajo en los que desarrolla actividades de investigación en áreas como la dramaturgia, la puesta en escena y la formación de actores

TEATRO QUIMERA

TEATRO QUIMERA

TEATRO QUIMERA

OBRA: 

El abogado Gerardo Escobar es nombrado en una comisión encargada de investigar los crímenes cometidos por el régimen fascista de Pinochet después de unos años de su caída. Su labor no es la de un abogado cualquiera, dado que su propia esposa, Paulina, fue víctima de secuestro quince años atrás y nunca pudo superar ese episodio. Gerardo conoce a un hombre en la carretera y lo lleva a su casa. Al escucharlo, Paulina asegura que el desconocido fue uno de sus captores. ¿Gerardo debe creerle a su esposa? ¿Qué deben hacer con él?

Es una obra paradigmática del teatro latinoamericano de finales del siglo XX. Más allá del “habla de tu pueblo y serás universal”, Ariel Dorfman fue consciente de que estaba escribiendo para todos los pueblos que atravesaron situaciones de violencia y totalitarismo en un momento histórico específico. Sin embargo, teniendo en la mira ese contexto, la genialidad de la obra radica en que en lugar de predicar lo que debería ser la paz, el perdón y la reconciliación, el autor nos deja a solas con las preguntas -inquietantes- indicadas: ¿Hay crímenes imperdonables? ¿Una persona tiene derecho a rehacer su vida después de haber cometido un crimen? Donde hay justicia, ¿hay paz? Donde hay paz ¿hay justicia? ¿Necesitamos esclarecer la verdad aunque nos haga daño? Dorfman nos condujo por ese laberinto de preguntas en el que es inevitable ponernos a pensar sobre nuestro propio país.

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