COMPAÑÍA:
Basada en El Quijote de Cervantes, La verdadera historia de Sancho Panza de Franz Kafka, y en las narraciones que hicieran Chicho Vargas y otros presos políticos de la dictadura argentina de los años 70, en las inmediaciones de la cárcel de Rawson.
Dos presos políticos, presionados por las circunstancias emocionales y físicas, se juntan todos los domingos al atardecer para contarse la historia de Don Quijote y Sancho Panza; lo hacen desde las limitaciones más extremas que supone el estar preso en una cárcel de alta seguridad, pero también con la necesidad vital de contarse una historia que los salve, que los transporte a una aventura humana situada en la imaginación, ese lugar al que la realidad más extrema no puede llegar, lugar donde el dolor más extremo pueda ser mitigado por el acto de imaginar otra realidad. Así, reinventan continuamente a Don Quijote, ese caballero que confunde molinos con gigantes, mujeres grises con doncellas, cárceles con paraísos y que se exilia en la sinrazón, en ese extraño desorden que no hace mal a nadie pero que ayuda profundamente a vivir.
Pensamos que Cervantes realizó el mismo ejercicio al empezar a escribir Don Quijote desde la cárcel, la presencia del encierro y de la privación de libertad, el constante acoso de la razón y de lo que, racionalmente, debe ser el orden acechan constantemente al héroe «Don Quijote de la Mancha» que, para estos presos, como en Kafka, no es otro que el deseo de Sancho Panza, que a su vez no es otro que el de Cervantes encarcelado intentando fugarse a través de sus fantasías, en las que este autor ensaya el estar libre y el ser libre. Don Quijote cabalga libre, solitario y libre más allá de la razón práctica, en la llanura de la utopía.
OBRA:
Gerson Guerra y Arístides Vargas emplean el mismo procedimiento que empleaban los presos políticos de la dictadura argentina en los encuentros culturales que los internos de Rawson, de forma secreta realizaban en la cárcel, no con un propósito exclusivo de rehabilitación y testimonio, sino también con la intención de poder explorar la limitación como práctica artística, la economía de gestos y expresividad como técnica para narrar Don Quijote.
La obra tiene distintas lecturas en sus diferentes niveles, como el gestual, el dramatúrgico, el espacial; todos atravesados constantemente por la vigilancia y el control desde afuera, desde una periferia opresiva que actúa como presencia invisible.
No hay despliegue de tecnología, hay vacío y actuación, hay organización del vacío y la luz como propuesta para contar la historia de Don Quijote y Sancho Panza. No es una actuación minimalizada, es una actuación oculta y reprimida por unas circunstancias de vida. El teatro, entonces, no es un recurso cultural, no busca legitimarse en una vanguardia, busca salvar nuestra imaginación, que la cárcel no llegue hasta allí, que la posibilidad de imaginar no sea derrotada.